Cuando se crea un personaje, ya sea para un libro o una película, es imposible abarcar en él toda la complejidad de una persona. En cuanto al cine, quien ha llegado más lejos, es posiblemente Ingmar Bergman (1918 – 2007).
De origen sueco, su padre fue un pastor luterano y tuvo una infancia muy religiosa, lo que podría explicar su carácter reflexivo y filosófico.
Mencionar toda su filmografía sería demasiado extenso, ya que dirigió 45 largometrajes, a veces dos en un mismo año. Pero entre tantas películas, hay dos grandes obras que develan los elementos que hicieron de Bergman uno de los autores más admirados del siglo XX.
La más conocida es El Séptimo Sello (1957), probablemente por ser la más fácil de describir: un caballero que regresa de las cruzadas es infectado con la peste negra y desafía a la muerte en un juego de ajedrez.
Pero es más que eso (sería raro si es que la película entera consistiera en una partida de ajedrez). El juego se lleva a cabo a lo largo de varios encuentros en el trayecto del caballero, y en los intervalos él conoce otros personajes y presencia el masivo miedo a la muerte.
El caballero, sabiendo que la muerte lo sigue, pasa por un periodo de duelo, negando la muerte, tratando de burlarla y lamentándose ante ella, hasta que finalmente termina aceptándola.
Otra película del creador sueco que dejó una marca imborrable es La Hora del Lobo (1968), a menudo mencionada como su mejor obra y la más siniestra. Es una mezcla de drama filosófico y thriller psicológico.
Cuenta los últimos momentos de un pintor antes de desaparecer misteriosamente entre la medianoche y el amanecer, la hora del día en que él es frecuentemente acosado por sus demonios.
Empieza como un drama, con la esposa del pintor soportando los delirios de su marido, pero cuando llega la hora del lobo, la película adquiere un tono surrealista y de pesadilla. El pintor cuenta sus miedos e inquietudes, entre ellos un trauma de su infancia al ser encerrado en el closet como castigo, una experiencia que el mismo Bergman tuvo de niño.
Es que, precisamente, el cine de Bergman es muy personal, sus películas están construidas con sus propias reflexiones y experiencias. Una prueba de que el artista hace su mejor obra cuando trabaja desde sus propios sentimientos.