La raza de perros akita es una de las más antiguas de Japón, teniendo su origen en las montañas y como principal propósito ser compañeros fieles de los cazadores Matagi, asentados en la zona de Akita. Pero no fue hasta mediados de los años 30 que uno de ellos logró ser conocido en todo el mundo: Hachikō.
Si bien su vida se popularizó con la película Hachi: A Dog’s Tale, dirigida por Lasse Hallström y protagonizada por Richard Gere -el remake hollywoodense del film nipón Hachikō Monogatari, del director Seijirô Kôyama-, la historia real es tanto o más emocionante.
Un cachorro akita llamado Hachikō
El 10 de noviembre de 1923 nació un cachorro en una granja apartada de la ciudad de Ōdate, al norte de la Prefectura de Akita. Unos meses antes, el profesor Hidesaburō Ueno había perdido a su mascota y recibió a principios de 1924 a este pequeño perro como un regalo de un cercano, que lo llevó a Tokyo.
Ueno en un comienzo no quería quedarse con el animal, porque aún no superaba la muerte del anterior, pero pronto fue convencido por su hija y de esa forma Hachikō -como lo nombraron en su nacimiento, Hachi: ocho, porque fue el octavo en nacer en su camada y kō: hoja-, se transformó en un compañero entrañable.
El comienzo de una amistad
Todos los días, el profesor debía viajar en tren un par de kilómetros para llegar al Departamento de Agricultura en la Universidad de Tokio y hacer sus clases, algo que después de unos meses se hacía más difícil porque su nueva mascota se no quería quedarse en casa.
Un día, Hachikō siguió a Ueno hasta la estación de Shibuya, la más próxima al hogar de la familia, cómo no podía llevarlo a su trabajo, el perro se quedó a las afueras del terminal hasta su regreso.
Pronto, se convirtió en costumbre, haciendo partícipes a las personas que trabajaban por el sector, quienes se encariñaron con el cachorro que tiernamente esperaba a su mejor amigo.
Un compañero no te abandona
Esto continuó cada mañana, pero sólo por unos meses. El 21 de mayo de 1925, como todos los días, el profesor salió de su casa para hacer clases en la Universidad, pero no volvió más. Se desplomó en plena aula producto de una hemorragia cerebral que le quitó la vida a los 53 años.
En la estación de Shibuya, Hachikō no sabía qué pasaba, Ueno no regresaba y su espera se hacía cada vez más larga. Pasados los días, la familia y sus cercanos fueron a buscarlo, pero este se resistía a dejar el lugar sin su amigo.
Esperó y esperó a las afueras del terminal de trenes, soportando todas las estaciones del año, pero Hidesaburō Ueno no regresaba. Así pasaron 9 años, asombrando a las autoridades y a la comunidad, quienes decidieron instaurar una estatua en su honor, un homenaje en vida para el compañero más leal que ha existido.
El akita que conmovió al mundo
Un año más tarde, el 8 de marzo de 1935, Hachikō, el akita fiel, murió a los 11 años de edad, conmoviendo a los habitantes de Tokio y poco a poco a todo el mundo, que conoció la historia de esta mascota que fue mucho más que eso.
Actualmente, a las afueras de la estación de Shibuya continúa estando la estatua, monumento que puedes ver aquí. Miles de personas la visitan, casi como una peregrinación a la figura de este akita.