Cuando se descubre un nuevo medio artístico, hay una etapa experimental. Un grupo de personas que juegan con el medio y averiguan lo que se puede hacer. En el caso del cine, el último gran movimiento experimental fue la nueva ola francesa de los 60.
La intención de la nueva ola francesa puede resumirse en “reconozcamos lo que las películas suelen hacer, y no hagamos eso”. El resultado fueron películas con secuencias de acción que no vemos porque la cámara está apuntando en otra dirección, y escenas con grandes revelaciones que los personajes olvidan inmediatamente y no se vuelven a mencionar.
En medio de esa tendencia en contra a lo establecido, destaca el nombre de alguien que tenía como meta a la innovación, el de Jean-Luc Godard.
Las películas de Godard de la nueva ola empiezan haciendo creer al espectador que está por ver una película noir, presentando un hombre rudo y un interés romántico, pero a los pocos minutos el protagonista hace algo estúpido y escapa yendo de lugar en lugar sin un propósito definido, quedando en ridículo en varias escenas, hasta que muere y la película termina.
Quizá el mejor ejemplo es Sin Aliento (1960), su primer largometraje, y su película más osada debe ser Pierrot el loco (1965), acerca de un hombre que escapa de Paris después de encontrar un cadáver en la casa de su ex novia, argumento que la película deja de lado hasta retomarlo poco antes de terminar, entretanto, muestra escenas que rompen la cuarta pared y que no afectan la trama.
Con estas películas, Godard y los directores de la nueva ola francesa querían enviar un mensaje: que la técnica no es tan importante como la innovación.
Aún después de la nueva ola, Godard sigue experimentando, el 2014 estrenó Adiós al lenguaje, en la que experimenta con la moda del momento, el 3D, utilizándolo como herramienta narrativa para contar dos historias a la vez.
El mismo Godard explica mejor que nadie su visión de como los directores deben hacer sus películas:
“Hasta ahora, la mayoría de los cineastas han asumido que saben como hacer películas. Así como el mal escritor no se pregunta a si mismo si es qué es capaz de escribir una novela-él cree que sabe. Si los cineastas construyeran aviones, abría un accidente cada vez que uno despegue. Pero en las películas, esos accidentes se llaman Oscars”.