El desafío de llevar la música de una banda tan querida como Soda Stereo a una nueva dimensión escénica no es tarea fácil, pero el Cirque du Soleil decidió asumirlo y con “Sép7imo Día” entrega a los fanáticos un espectáculo integral que cumple con la promesa de mostrar otra faceta de la desaparecida banda argentina.
La compañía mantiene aquí uno de los elementos que han caracterizado sus trabajos más emblemáticos: la creación de una historia que sirve como hilo conductor entre los distintos actos que protagonizan acróbatas de altísimo nivel.
En “Sép7imo Día” el protagonista de esa historia es L’Assoiffé (‘Sediento’ en francés), un hombre joven que en los primeros minutos del show aparece enjaulado hasta que la música de Soda Stereo lo libera y lo lleva a explorar un planeta poblado de canciones y seres asombrosos.
Sin embargo, no es en los puntos en común con los trabajos previos de Cirque du Soleil en donde este montaje logra sus mayores aciertos. Por lo contrario: sus atractivos residen en aquellos aspectos en los que la compañía canadiense ha decidido innovar: el hecho de contar con público de pie en la cacha y trasladar a ese espacio parte de la acción le dan una energía especial y hacen que el ánimo de la audiencia nunca decaiga, pues en cualquier momento algo inesperado puede ocurrir.
Es así como, en medio del show, una flor metálica de cuatro metros de altura -que emula la escultura Floralis Genérica, ícono de Buenos Aires- se abre paso entre el público de la cancha mientras suena “En remolinos”. Luego, la estructura revela en su interior a una artista que realiza un acto de equilibrio sobre las manos, apoyándose en los pistilos de la flor.
Algo similar ocurre durante la canción “Signos”, en la que una gran rueda acrobática, manipulada por dos artistas, ingresa en la cancha y ofrece uno de los números más deslumbrantes de todo el espectáculo.
Otro aspecto que cautiva la atención del público es el uso de cámaras y proyecciones en tiempo real, con las cuales los artistas interactúan en números como “Sobredosis de TV” y “Un millón de años luz”, de los que es mejor no dar mayores detalles para no dañar la sorpresa.
No obstante, en la suma final de todos los elementos -incluidas las pelucas de colores brillantes con mohicanos, los elementos flúor y la ocasional aparición del rostro de Gustavo Cerati en algún rincón del recinto- queda la sensación de que algo falta. El mundo de fantasía que aquí se muestra difícilmente se asemeje al mundo interior que cada fanático ha construido en torno a estas canciones.
“Sép7imo Día” no es (ni busca ser) un reflejo fiel de la historia de Soda Stereo ni de su imaginario, sino que propone una mirada distinta al legado de la banda que integraron Cerati, Zeta Bosio y Charly Alberti. Invita al público a recorrer otro universo posible, donde su música aún sigue generando momentos de comunión y conquistando nuevas fronteras.
Éste es otro Soda Stereo, el único que podemos tener hoy.