Tan importante como tener una buena historia, es tener una buena manera de contarla. Eso es algo que entendió muy bien el director japonés Akira Kurosawa (1910-1998).
El cine es un arte que conglomera muchas artes que lo preceden, como la música, la actuación y la fotografía. Su innovación es el montaje y el movimiento de la imagen. Akira Kurosawa editaba sus propias películas, y se aseguraba de hacer uso de esas características (en ese entonces únicas del cine) para contar historias de una manera en que no se habían contado antes.
Se puede reconocer una película de Kurosawa por sus largos movimientos de cámara, y su tendencia a cortar durante el movimiento.
Esto se demuestra muy bien en Trono de sangre (1957), una adaptación de Macbeth, la obra de Shakespeare, que vuelve a contar esta historia ya muchas veces contada, pero mediante las herramientas propias del cine, la cámara se mueve persiguiendo al protagonista cuando él pelea contra su alucinación producida por el alcohol, y cuando él huye de las flechas de sus agresores.
Lo que podrían haber sido simples historias de traición y venganza, se convierten en narraciones ejemplares.
Otro de sus trucos característicos, es el uso del clima para acentuar la emoción de la escena. La lluvia, el viento y la nieve aparecen en momentos importantes. El ejemplo más claro es Rashomon (1950), donde tres personajes se cuentan la historia de un crimen para esperar a que la lluvia termine, la lluvia ayuda a darle un tono tenebroso a la situación.
Todos hemos notado que en las películas los funerales casi siempre ocurren en la lluvia.
Si estás técnicas son comunes en las películas de hoy, es gracias a directores de antaño como Akira Kurosawa.
No por nada sus 30 películas han sido muy influyentes, no solo en Japón, sino que también en el cine occidental.